Manuel de la Peña Suárez
Madrid, 1922-2008
Manuel de la Peña termina sus estudios de arquitectura en Madrid en el año 1951. En sus primeros años de carrera formó parte del grupo El Paso, un colectivo de artistas, arquitectos y críticos de arte que celebraron varias exposiciones colectivas bajo el paraguas intelectual de un manifiesto redactado por José Ayllón. A pesar de la disparidad de perfiles que formaron parte del colectivo, el simple hecho de constituirse como grupo facilitó la normalización de las vanguardias artísticas en España que habían quedado en una situación disgregada y precaria después de la Guerra Civil. Formaron parte de este grupo los pintores Rafael Canogar, Luis Feito, Juana Francés, Manolo Millares, Manuel Rivera, Antonio Suárez, Antonio Saura, el escultor Pablo Serrano, los críticos de arte José Ayllón y Manolo Conde o los arquitectos Antonio Fernández Alba y el propio Manuel de la Peña. Con la visibilidad que les brindó esta plataforma de vanguardia y la voluntad, por parte de de una nueva generación de jóvenes arquitectos, de reconectar con las corrientes arquitectónicas internacionales, sus primeras obras tuvieron una notable acogida a nivel nacional. En los primeros años de actividad profesional colaboró con el arquitecto Casto Fernández-Shaw, director de la revista Cortijos y Rascacielos que publicó varias obras del joven arquitecto.
En el año 1956, se presentó a una oposición para una plaza en el Instituto Nacional de la Vivienda, y el destino otorgado fue Santa Cruz de Tenerife. El aumento demográfico que se estaba produciendo en el archipiélago obligaba a desarrollar nuevas estructuras administrativas del Ministerio de Vivienda en la provincia de Las Palmas. Manuel de la Peña fue asumiendo cargos de creciente responsabilidad en estos nuevos organismos públicos hasta llegar a ser jefe del Sección de Vivienda de la provincia de Las Palmas, una ciudad en la que viviría el resto de su vida.
A partir de eso momento su influencia, especialmente en Gran Canaria, es doble: a través de sus propias obras como arquitecto y de su importante labor al frente de la institución que dirige, en un momento en el que la apertura del Régimen y la popularización de los vuelos comerciales impulsan las Islas Canarias como destino turístico privilegiado por su clima, sus paisajes y el escaso desarrollo urbano hasta ese momento. Urbanismo, arquitectura (vivienda) y turismo quedarían estrechamente vinculados en Canarias y Manuel de la Peña tuvo un papel fundamental en este desarrollo: bajo su tutela se propició la convocatoria de concursos internacionales para proyectar las nuevas áreas turísticas, como el Concurso Internacional Maspalomas Costa Canaria de 1961. La calidad del diseño arquitectónico y su modernidad se convirtió en un reclamo turístico de las Islas, cuyos complejos de ocio y vacaciones se promocionaban en revistas internacionales como Costa Canaria, distribuida a través de agencias de viajes y compañías aéreas. En su labor relacionada con la promoción de vivienda pública, favoreció la presencia de jóvenes arquitectos, promoviendo lenguajes arquitectónicos vanguardistas y alejados de regionalismos.
En su obra arquitectónica tampoco dejó de lado la experimentación y su vinculación con el mundo del arte y el diseño, colaborando con artistas y diseñadores jóvenes en algunas de sus obras. Sus planteamientos arquitectónicos se pueden recorrer a través de un número limitado de edificios construidos y de múltiples dibujos y proyectos que no llegarían a materializarse. De entre sus obras construidas destaca la Residencia Escolar de Arinaga, un edificio aislado y muy vinculado al paisaje: situado en llamado malpaís -coladas volcánicas que vierten al mar-, se enrosca cerrándose en sí mismo, y genera en su interior un paisaje controlado y amable frente a la dureza y aridez del entorno. A menudo se enmarca a Manuel de la Peña dentro del estructuralismo arquitectónico de la época. Su intervención en el Mesón de la Montaña de Arucas permite comprender cómo la sencillez y rigor de la estructura se convierten en un elemento organizador de la arquitectura y cómo, a través de su expresión y de una estricta modulación -el edificio se concreta en un entramado de vigas de hormigón blancas con delgados pilares metálicos de hierro-, se consigue una imagen limpia y moderna, formando pérgolas y patios, y separando interior de exterior con cerramientos totalmente acristalados que no impiden la visión de una estructura unitaria y sistemática.
A pesar de la atención que suscitaron sus primeras obras y de la relevancia de su legado en Gran Canaria, la insularidad y lejanía de los centros intelectuales, la dificultad de los críticos a acceder a su obra, la relegó lentamente al olvido. En 2007, el libro del arquitecto José Luis Gago Vaquero, Manuel de la Peña Suárez, estructuralismo y experimentación en la arquitectura de los 60 editada por el Centro Atlántico de Arte Moderno, permitió, por primera vez, una lectura completa su obra como arquitecto y de su legado como gestor público. Recientemente, varias iniciativas han permitido iniciar la recuperación de su impronta en Canarias: en el año del centenario de su nacimiento se le han dedicado varias exposiciones y homenajes, y una importante avenida a de San Bartolomé de Tirajana (Playa del Inglés) ha sido rebautizada con su nombre.
Bibliografía
- GAGO VAQUERO, José Luis, Manuel de la Peña Suarez: Estructuralismo y experimentación en la arquitectura de los 60, Centro Atlántico de Arte Moderno, Las Palmas de Gran Canaria, 2007.
- NAVARRO SEGURA, María Isabel, “Manuel de la Peña: una arquitectura contemporánea para la cultura del ocio”, en Basa 26, primer semestre de 2002, Colegio Oficial de Arquitectos de Canarias, Santa Cruz de Tenerife, págs. 8-43.
- ALEMANY, Luis, “La arquitectura en Gran Canaria”,en Hogar y Arquitectura: revista bimestral de la Obra Sindical del Hogar 80, enero febrero de 1969, págs. 20-120.
Biografía a cargo de Roger Subirá