Vivir en harmonia con el mar

Las casas vacacionales en parajes costeros han dado algunas de las obras más memorables del movimiento moderno en España. Solo hace falta recordar ejemplos emblemáticos como la Casa Gomis, conocida como La Ricarda, proyectada por Antoni Bonet Castellana en El Prat de Llobregat, la Casa Can Lis de Jørn Utzon en Mallorca, o la Casa Rozes de José Antonio Coderch en Roses. Estas viviendas, concebidas en diálogo directo con el paisaje mediterráneo, representan un momento de síntesis entre modernidad arquitectónica y sensibilidad vernácula, donde los materiales, las soluciones constructivas y la implantación en el territorio respondían tanto a los principios del racionalismo como a la adaptación al entorno. A diferencia del urbanismo especulativo que caracterizaría la expansión turística posterior, estas obras se insertan con delicadeza en el paisaje y reflejan una visión integradora entre arquitectura, clima y geografía. En ellas, el acto de habitar la costa se entiende como una experiencia estética y contemplativa, no como una explotación intensiva del espacio. Son testimonios tempranos de una manera alternativa de relacionarse con el litoral, si bien el poco control sobre la ocupación de la costa motivó la aparición de viviendas en parajes que, a día de hoy, no podrían ser ocupados.

La Casa A Roiba es un bellísimo y singular ejemplo de vivienda vacacional emplazada directamente sobre la arena, en plena costa atlántica. Proyectada en 1961 por Ramón Vázquez Molezún y situada en la ría de Pontevedra, constituye una de las obras más destacadas de la arquitectura moderna española del siglo XX. Se trata de una pieza excepcional no solo por su calidad formal, sino por la sensibilidad con la que su autor abordó la relación entre arquitectura, paisaje y litoral. A Roiba ofrece una respuesta profundamente consciente del entorno natural y cultural en el que se inserta, estableciendo un diálogo respetuoso con el lugar. Lejos de imponerse al paisaje, la casa parece apoyarse sobre él con ligereza, como si flotara, utilizando como base infraestructuras preexistentes —escolleras y muros de una antigua fábrica de salazones— sobre las que se posa con la delicadeza de un barco varado. La interacción con el mar es constante: mareas y corrientes forman parte activa de la arquitectura, llegando incluso a inundar parcialmente la planta baja, que estaba concebida como espacio de almacenaje para pequeñas embarcaciones. Esta relación íntima y cambiante con el agua refuerza el carácter efímero y adaptable de la vivienda, casi como si fuera una arquitectura anfibia. Sin embargo, esa misma fragilidad quedó comprometida a comienzos del siglo XXI, cuando la construcción de un nuevo espigón alteró la dinámica litoral y provocó un incremento en la fuerza del oleaje, que comenzó a castigar directamente la estructura. En 2014, una campaña de micromecenazgo promovida por la familia logró evitar su destrucción, poniendo en valor tanto su relevancia patrimonial como su condición de manifiesto arquitectónico en defensa de una manera sensible y respetuosa de habitar la costa.

En Ibiza, la Casa Bechtold -como tantas otras viviendas modernas construidas en entornos históricos del litoral mediterráneo, por ejemplo, en el casco antiguo de Cadaqués- ilustra un rasgo característico de cierta arquitectura moderna vinculada al mar: la reinterpretación sensible de los elementos propios de la tradición vernácula. Proyectada por Erwin Broner en 1956 y situada en el barrio de Sa Penya, la Casa Broner constituye un ejemplo paradigmático de cómo la modernidad arquitectónica puede dialogar de forma respetuosa y creativa con el contexto local. En lugar de replicar literalmente la arquitectura popular ibicenca, Broner la reinterpreta mediante un lenguaje racionalista que conserva sus principios fundamentales: volúmenes cúbicos, muros encalados, cubiertas planas, implantación adaptada al desnivel del terreno y una relación fluida entre el interior doméstico y el espacio exterior. La vivienda se articula en terrazas escalonadas que responden tanto a la topografía como a las condiciones climáticas, favoreciendo la ventilación natural y la captación de vistas hacia el mar. Esta integración paisajística y urbana se logra sin concesiones al pintoresquismo, mediante una arquitectura sobria y austera que, sin embargo, está cargada de sensibilidad. La Casa Bechtold encarna así una modernidad atenta al lugar, capaz de nutrirse de la sabiduría constructiva local para desarrollar un lenguaje propio, contextual y atemporal. En ella se pone de manifiesto que la arquitectura moderna no tiene por qué oponerse a la tradición, sino que puede encontrar en ella una fuente fértil de inspiración crítica y proyectual.

Roger Subirà/Fundación Docomomo Ibérico