Resumen
En los últimos dos siglos Occidente ha experimentado un crecimiento exponencial de las funciones atribuidas al Estado en ámbitos como la sanidad y educación, pero también en el ámbito de la cultura se ha visto incrementadas sus funciones. En lo relativo a la protección y conservación del patrimonio histórico-cultural (objeto de esta tesis), el Estado ha dado un vuelco casi completo a la relación que mantenía con el patrimonio no ya a finales del siglo XVIII, sino incluso a comienzos del XX. Esto no ha sucedido de un modo espontáneo. La creciente democratización del Estado le ha forzado a atender aspectos del patrimonio cultural que antes no eran tenidos en cuenta. Si la valoración de un bien es el requisito ineludible para su protección, observamos en estas últimas décadas una densificación semántica del concepto de valor patrimonial, lo que se ha traducido necesariamente en una mayor extensión de los bienes a proteger: a nuevos valores reconocidos, nuevos elementos (los comprendidos en esa dilatación del valor) sujetos a protección. El valor de un bien patrimonial no se ve ya confinado a sus calidades meramente formales, conforme a lo prefijado por un canon con vocación de objetividad (aunque marcadamente elitista), sino que se abre a nuevas consideraciones. En consecuencia, no se protege ya solo un palacio o una iglesia, sino también una danza, una barriada popular, un enclave paisajístico o incluso la casa de un poeta vinculado por su biografía a la identidad de una nación. Junto a esta ampliación del concepto de valor patrimonial y la consiguiente extensión de los bienes a reconocer, también se han sofisticado los instrumentos encaminados a que el bien ya reconocido sea adecuadamente conservado y pase a ser así disfrutado por las generaciones futuras. La protección de un bien no acaba con el reconocimiento de su valor, sino con una adecuada conservación y una gestión encaminada a potenciar todas sus posibilidades. En el ámbito del patrimonio cultural parece haberse producido en estas últimas décadas un círculo virtuoso que vincula las demandas crecientes de la ciudadanía, movida por la búsqueda de su propia identidad, las nuevas conceptualizaciones elaboradas por la doctrina y, finalmente, las normativas sectoriales, tanto nacionales como internacionales. Esta secuencia de hechos que conduce de la modernización económica y social a la democratización del Estado y, al consiguiente aumento de sus funciones, presenta en el continente hispanoamericano ciertas particularidades. Por un lado, el proceso democratizador de las estructuras estatales no ha seguido una línea recta, sino quebrada, con tímidos avances y abruptos retrocesos; ello no puede desvincularse del problemático proceso de modernización económica, obstruido y distorsionado en múltiples ocasiones por el poder de una oligarquía incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos, lo que ha impedido el surgimiento de una clase media políticamente relevante y ha apartado a la clase trabajadora de los beneficios del estado asistencial en su versión no populista. La amenaza cierta o imaginaria (durante la Guerra Fría) de que todo esto colapsara en una revolución comunista, alteró aún más los procesos de modernización social y económica y de ampliación de la base legitimadora del Estado. A esta compleja trama, no muy distinta de la existente hasta casi ayer mismo en países como España o Portugal, se añade una hebra más: la de un indigenismo que idealiza las estructuras políticas y económicas de la América pre-colonial. La formación de la identidad en muchos países hispanoamericanos pasa por digerir esta traumática “lucha de civilizaciones” que tuvo su origen hace quinientos años. Esta añoranza de los “buenos viejos tiempos” ha actuado a menudo como freno de la modernización económica y de la democratización política, por entender muchos de sus teorizadores que tales procesos no eran sino nuevas sujeciones al yugo (neo) colonial. A veces, sin embargo, este sentimiento ha actuado como elemento dinamizador. En el caso que nos atañe, no cabe duda de que algunos de los valores del patrimonio histórico-artístico de “nueva generación” (simbólicos, paisajísticos, de identidad) han cobrado especial relevancia en Hispanoamérica gracias a esta llamada al pasado y a la conservación de todo lo bueno que hay en él. En el caso de otros valores, sin embargo, su normativa ha ido a remolque de la europea. La presente tesis pretende abordar esta problemática mediante el estudio de un caso concreto: el proceso que ha conducido en las últimas décadas a la protección de las casas del poeta chileno Pablo Neruda. Estado, valor, identidad, patrimonio arquitectónico, monumento, Neruda; palabras que se relacionan en un discurso que intenta ser coherente. Gran amante de la arquitectura y adicto confeso al coleccionismo, colaboró de un modo activo en la construcción de algunas de sus casas, en sus sucesivas ampliaciones y remodelaciones, así como en el modo de poblar sus interiores y exteriores con todo tipo de objetos y enseres. Por esta relación especial del poeta con la arquitectura, el paisajismo y el interiorismo, por esa su peculiar “poética del habitar”
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