Resumo
El taller del artista como preludio del espacio expositivo de la obra es una aproximación a ese vínculo existente entre la instalación de la obra de arte y su lugar de creación; se centra fundamentalmente en el caso de la escultura de los siglos XX y XXI. Busca comprender la dinámica de la puesta en espacio del objeto dentro de su proceso creativo, y el trabajo espacial que el artista desarrolla en torno a la obra, en paralelo a su producción en el taller y a su puesta en escena en la exposición. En la investigación, se analiza una serie de creadores y sus talleres, y abarca un periodo que va de 1900 a 2020. Así, este estudio de casos múltiples permite establecer relaciones y vínculos entre ellos, a modo de constelación. Busca demostrar las hipótesis de que, para determinados artistas, la instalación de la pieza forma parte de su fase de producción; que su definición y control comienza en el lugar de creación y continúa en su puesta en exposición, y que, en el fondo, esa espacialidad otorgada por el artista forma parte de su esencia y significado. El estudio se estructura en cuatro capítulos, ilustrados por varios artistas y sus talleres, que representan no sólo cuatro conceptos de lugar de creación, sino también diferentes maneras de aproximarse espacialmente con la obra; en los cuales el ámbito del taller y la obra son dos actores que se relacionan de diferente una manera: El primer capítulo, el taller-factoría, analiza los talleres de Auguste Rodin –como caso de estudio–, y la Factory de Andy Warhol, y cierra con una breve reflexión sobre las industrias artísticas contemporáneas, representadas por figuras como J. Koons, D. Hirst o T. Murakami. Estas factorías de creación, que bien pudieran entroncar con esos lugares de creación que, desde el Renacimiento, que sirvieran para la producción artística colectiva y el aprendizaje de las artes, posee gran cantidad de ayudantes y de talleres especializados para las diferentes fases de la creación y producción de la obra. Parte de su espacio es abierto de nuevo al público – a modo de antigua bottega – para introducir el mercado del arte: se convierte en un lugar donde mostrar las piezas, en el marco o vitrina de la obra, en el cual las funciones de difusión y exhibición de la obra son una fase más del proceso artístico. El segundo capítulo, sobre el taller-obra-de-arte, penetra en los talleres de Alexander Calder y Marcel Duchamp, y el taller del Impasse Ronsin de Constantin Brancusi como caso paradigmático, y, como ejemplo más contemporáneo, el de Bruce Nauman. En este modelo, los límites entre la obra de arte y el propio espacio del taller, así como la producción y exhibición artística se disuelven. El lugar de creación se transforma en un entorno global, donde las obras de arte y el espacio conforman un todo; un conjunto indisociable que pasa a ser una obra de arte en sí mismo. El taller-laboratorio analiza los talleres de Jorge Oteiza, Louise Bourgeois, y –como caso de estudio– el taller de la calle Hippolyte Maindron de Alberto Giacometti; con el breve estudio de los talleres de Anselm Kiefer, como ejemplo actual de este modelo. En todos ellos, el espacio de trabajo evoluciona junto a la creación y el taller se convierte en un campo de pruebas donde contenedor y contenido progresan en paralelo a la producción artística; donde la obra va conformándose y encontrando su lugar en este proceso artístico. El taller-expandido parte de ese concepto de estudio vacío –planteado por Marcel Duchamp–, y del post-studio –de Robert Smithson o Daniel Buren–, con el análisis de los lugares de creación de Gordon Matta-Clark, el taller desmaterializado –de Sol LeWitt y las Guerrilla Girls–, o el taller-plataforma de Ai Weiwei –como caso de estudio–, con un breve análisis de otros dos ejemplos contemporáneos como los lugares de creación de Thomas Hirschhorn y Doris Salcedo. Estos modelos presentan la puesta en crisis del taller tradicional, en consonancia con esa desmaterialización del objeto artístico. Donde los artistas utilizan múltiples lugares de creación, y el concepto de taller como espacio físico se abre hacia el exterior, multiplicando sus formas y relaciones espaciales: un espacio objetualizado por la propia obra; la cual evoluciona de la forma al lugar, e integra al público en la materialización de la creación. Los diferentes lugares de creación visitados a lo largo de este estudio muestran el taller y la exposición como unos contextos donde el artista no sólo trabaja la instalación de la obra, sino que modela su propia espacialidad y el espacio en que se inserta. Así, producción e instalación de la obra podrían ser consideradas dos caras del mismo fenómeno de creación. Por todo ello, podemos afirmar que, en estos casos analizados, la espacialidad es una característica intrínseca a la propia obra, que forma parte de su dimensión plástica, y que, a su vez, genera un encuentro físico y emocional con el observador.
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