Colegio Pureza de María

La obra desarrolla un programa doble, contemplando las funciones propias de un centro educativo además del alojamiento para una comunidad de monjas. Se proyectó y ejecutó en dos fases consecutivas, iniciándose con un parvulario en zona posterior y que, gracias a su planimetría escalonada, podía disponer de espacios abiertos, siempre protegidos, en proporciones generosas. El edificio principal reúne los lugares destinados a la enseñanza y a la convivencia, pero siguiendo un criterio de superposición homogénea de plantas que configura un prisma alargado cuyo último nivel, retranqueado con amplia terraza, se reserva para la residencia religiosa. En la parte baja se organizan la recepción, secretaría y un sistema de accesos, incluyendo el dirigido hacia un volumen autónomo de perímetro accidentado que revela la presencia de una iglesia, cuya mayor carga expresiva destaca entre la contención general del colegio. Bajo ella, se sitúa el salón de actos que, junto a un gimnasio, calderas y otras instalaciones aparecen en un semisótano, dotado de claraboyas.

El arquitecto, profesionalmente formado en las duras condiciones de la autarquía, muestra su oficio abordando el proyecto con eficacia, construyendo correctamente y resolviendo las cuestiones de imagen desde un convencimiento moderno que se fundamenta en la reiteración, en la sobriedad y en la expresión directa de las técnicas, como modo de poner en valor su obra. En una importante arteria ciudadana, próxima y conectada a la carretera de Madrid, su fachada principal extiende, entre muros laterales de ladrillo, un largo telón de fondo que dignifica un fragmento de la periferia valenciana. Rotundo en su simplicidad geométrica y ocasionalmente animado por brisse soleils, el alzado remite a la cultura de su tiempo que, por cierto, también se puede reconocer a través de un jardín planteado como apoyo a la arquitectura.
Carmen Jordá Such