Central hidroeléctrica de Mequinenza

El salto de Mequinenza se proyectó en los inicios del llamado Desarrollismo Español, en el marco de una amplia estrategia de aprovechamiento hidráulico de un tramo de 150 km del río Ebro, que incluye también la presa de Ribarroja y otras obras hidráulicas que implicaron el traslado de núcleos urbanos, con el objetivo de ampliar la oferta de energía eléctrica, regular el río y prever futuros trasvases.

La obra supuso un gran reto tecnológico para la época. Aunque las presas de gravedad ya estaban muy experimentadas, las enormes dimensiones de ésta –79 m de altura y 461 m de coronación recta–, con capacidad para soportar el empuje de un río mediterráneo, obligó a tomar importantes precauciones. Las características del perfil de la presa, construida con juntas de dilatación selladas y drenadas, el complejo sistema de amortiguación del agua en los aliviaderos y la primera instalación de auscultación integral a origen, vigilada por galerías que recorren horizontal y verticalmente la fábrica, hizo necesario el concurso de importantes laboratorios internacionales en la definición de las soluciones técnicas.

El edificio de la central, ubicado bajo la cota de embalse de la presa de Ribarroja y con una planta de 100 x 25 m, asume su condición secundaria en el conjunto, colocándose en paralelo y anclada al pie de la presa, para contener las cargas dinámicas del agua de las turbinas.

La serena y contundente implantación del conjunto en el árido paisaje, pues la presa tiene una forma lineal sólo alterada por los labios-contrafuertes de los aliviados, seguramente inspirados en los «farallones» o riscos de la orografía del entorno, consiguen otorgar una escala adecuada a una obra tan faraónica.
Fernando Aguerri Martínez