Miguel López González: movimiento moderno por principio

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    Andrés Martínez-Medina y Justo Oliva Meyer/Fundación Docomomo Ibérico -

    “Hoy, en el siglo del maquinismo, cada objeto nuevo es la expresión inmediata del progreso; cada parte y cada elemento nuevo son exactamente adaptados a un fin y todo lo inútil es despreciado.”

    Miguel López González, 1935

    Miguel López González (1907-1976), miembro del GATEPAC, titulado por la Escuela de Barcelona en 1931, se traslada a Alicante donde se afincaría y ejercería la profesión compaginándola con el cargo de arquitecto municipal. Es un técnico que, desde el principio de su actividad profesional, abraza los axiomas del movimiento moderno, haciéndose eco de las corrientes de las vanguardias europeas. Su arquitectura se resuelve con muy pocos volúmenes, simples y dotados de un único uso, que responden a una geometría racional, rotunda y radical, poco habitual en la España de entonces. La desnudez de sus paramentos a base de superficies lisas, pero tensadas, impactaron en la sociedad de su época por la sobriedad de sus formas sin referencias historicistas. Atento a todas las innovaciones tecnológicas y materiales, su producción, de casi medio siglo, destaca en el panorama valenciano, junto a Luis Albert Ballesteros, y en el nacional como un “moderno periférico”, coherente en sus planteamientos funcionales y formales. Es el responsable de la transformación de Alicante y de la introducción de la arquitectura moderna en esta parte del Mediterráneo. Casi veinte obras de su trayectoria, en buen estado, se recogen en el Registro Docomomo Ibérico (en delante: Registro). Su trayectoria profesional puede dividirse en tres periodos: dos primeros de una década y un tercero de más de dos, si bien las fechas nunca son estancas.

    Los inicios modernos, 1932-1942

    Perspectiva de la reordenación urbanística de la zona de la Montanyeta, Alicante, 1932

    Fuente: Secretaría Municipal, “Memoria del Ayuntamiento de Alicante del 15 de abril de 1931 a diciembre de 1932”. Ayuntamiento de Alicante, 1933

    Miguel López González, natural de Valencia, fue socio numerario del GATCPAC desde agosto de 1931 tras haberse titulado por la Escuela de Barcelona dos meses antes, donde trabó amistad con Josep Lluís Sert, Josep Maria Soteras, Josep Torres Clavé y Ricardo Bofill. Tiene 24 años cuando llega a Alicante para gestionar un negocio familiar y decide quedarse en la ciudad, en cuyo Ayuntamiento entra como arquitecto auxiliar, puesto que ocuparía a lo largo de su vida salvo en el periodo de posguerra en que fue represaliado. Un primer trabajo de 1932, elaborado desde la oficina municipal junto al ingeniero Sebastián Canales, deja claros sus principios de partida. Se trata de la reordenación urbanística de la zona de la Montanyeta (Fig. 1), un barrio de viviendas insalubres sito en la pequeña colina atrapada entre el centro histórico, las murallas y el ensanche decimonónico. La perspectiva aérea anuncia un nuevo modo de hacer ciudad: manzanas residenciales que se articulan en torno a grandes patios de vistas y ventilación, definiendo bloques de dos crujías y en anillo, cuyas fachadas, exteriores e interiores, se grafían con un lenguaje abstracto de superficies netas con rasgaduras de carpintería, en sintonía con la arquitectura moderna que llegaba desde Europa, aprovechando la cónica como publicidad de los nuevos tiempos políticos: pulcros, limpios y honestos. Se trata de un planeamiento que renueva la tradición de las manzanas densas, limitando su fondo edificable e incorporando la novedad de una imagen urbana impactante. Ese mismo 1932, dibuja el Parador de Ifach (publicado en la Revista Nacional de Arquitectura en 1950), actualmente desfigurado: una hostería de pocas habitaciones que se ampliaría con el tiempo, configurando un sólido prisma blanco de dos plantas al que atraca un semicilindro y una terraza volcada sobre el mar, delimitada por un muro de arcadas donde cierta arquitectura vernácula se aproxima a algunos formalismos de la vanguardia continental, que Mercadal habría tildado de ‘arquitectura mediterránea’.

    Fotografía de época (década de 1950) del Parador de Ifach, Calpe, 1932-ss

    Fuente: Revista Nacional de Arquitectura 127, 1952

    Durante este periodo, y hasta bien entrada la década de 1940—ya que las directrices culturales del régimen de Franco no se trasladarían de modo inmediato a provincias—, su arquitectura, abundante en edificios de viviendas en Alicante, se caracteriza por asumir las características estéticas, funcionales y técnicas de la modernidad de entreguerras mediante volúmenes simples, transparencia del programa y estructuras porticadas. Las envolventes de sus inmuebles burgueses, entre medianeras, sorprendieron a la sociedad por la desnudez de sus cerramientos de revoco blanco o en tonos suaves, confiando la plasticidad a los juegos de luces y sombras de los elementos volados (miradores, balcones, terrazas, marquesinas, pérgolas, etc.) y a las fenestraciones de carpinterías continuas que incorporaban las persianas enrollables y que volvían más ingrávidos sus alzados: gracias al empleo de estructuras de pilares y jácenas las fachadas se liberaron de su misión portante. En esta producción se detectan dos variantes formales: un grupo más ‘prismático’, por la rotundidad del volumen y el predominio del muro, donde figurarían los edificios Borja (1935-1936), Barón de Finestrat (1939-1941) y Rambla Méndez Núñez (1941-ss, con proyecto de Manuel Ignacio Galíndez Zabala), y otro grupo más “expresionista” (inspirado en la poética de Mendelsohn), por el protagonismo de los cuerpos volados, donde se incluirían los edificios Galiana (1934-1936), Roig (1935-1936) —un cilindro maclado en la esquina de un paralelepípedo— donde instaló su estudio, la Adriática (1935-1936) y Montahud (1939-1941); todos ellos en el Registro. La imagen exterior de los cuatro últimos es unitaria y potente gracias al vuelo de las fachadas sobre la vía pública, caracterizada por la superposición de las bandas horizontales macizas de los paramentos alternado con los estratos continuos y oscuros de las ventanas corridas por donde entraba a raudales la luz y el aire, y también se capturaban las vistas sobre el paisaje urbano.

    Perspectiva cónica del espacio interior del mercado del Sureste, en calle Gravina, Alicante, 1941 (colaborador: Miguel Abad Miró, estudiante de Arquitectura)

    Fuente: Archivo Histórico de Alicante

    Otro de sus frentes sería el de la arquitectura social, en concreto en programas escolares y sanitarios, secundando el impulso dado por las políticas de la II República, así como en pequeños mercados para distintos barrios; una mayoría de estos trabajos quedarían sobre el papel como el mercado del Sureste en la calle Gravina de 1941 —donde ya contaba con Miguel Abad Miró como delineante— con su espacio central de doble altura cubierto por bóvedas paralelas y rebajadas de hormigón armado. Proyectó diversos grupos escolares con las viviendas para los maestros, destacando los de los barrios Carolinas, Benalúa y San Blas en Alicante, así como los de Sax (1934) y Santa Pola (1935) en la provincia: en todos ellos se ensayan las nuevas tipologías de bloques exentos o en planta en L, cuyo programa docente se articula desde las circulaciones porque, para Miguel López, la utilidad es un principio fundacional. Pero, los proyectos más racionales y próximos a los axiomas de la nueva objetividad se dibujarían en esta década y se construirían en la siguiente. Nos referimos al Instituto Provincial de Higiene (1935-1945) y al Sanatorio y Casa de Reposo Virgen del Socorro (1942-1948) —publicado en la Revista Nacional de Arquitectura en 1950—, ambos en el Registro, siendo de iniciativa pública el primero y privada el segundo. En este último, según el arquitecto, primarían “los tres principios de Distel: 1) Utilidad, 2) Flexibilidad y 3) Economía”. Sin embargo, estas dos obras, por su tardía ejecución, ya en condiciones desfavorables para ciertas estéticas de la utilidad, las entendemos como resistencias frente a las imposiciones de volver sobre la arquitectura del pasado imperial de España, por lo que las analizaremos en su propio tiempo: el de la autarquía.

    Resulta evidente que, en tan solo diez años, Miguel López González, a través de sus propuestas dibujadas y construidas, había renovado puntualmente la imagen urbana de Alicante mediante varios edificios residenciales, algunas dotaciones públicas, pequeños locales comerciales e, incluso, un par de fábricas de harinas: la Cloquell (1936-ss) y la Bufort (1941-ss), incluida esta en el Registro, precisamente desprendiendo de los inmuebles toda decoración superpuesta y recurriendo solo a los volúmenes básicos (cada uno con su propio uso), a las superficies lisas y a las líneas, rectas o curvas, gobernadas por una geometría racional: la forma quedaba, pues, supeditada a su función, sin apriorismos. La arquitectura del movimiento moderno había llegado al Levante y lo había hecho para quedarse, comenzando a cimentar una nueva tradición: la estética sin una razón funcional carecía de sentido.

    La resistencia autárquica, 1942-1952

    El 30 de marzo de 1939 entraron las tropas nacionales y tomaron Alicante, última capital de la II República, pero la llegada de órdenes culturales nostálgicas (composiciones academicistas y lenguajes clasicistas) a la arquitectura privada por parte del nuevo régimen, que acusaría a la arquitectura moderna de extranjera, se haría esperar. La dictadura, vinculada con los fascismos europeos y aislada política y económicamente de los aliados occidentales, apostaría por la autarquía y el cierre del país. Los vencedores se apresuraron a homenajear a las víctimas de su bando: monumentos y cruces salpicaron la “piel de toro” en el lustro siguiente al fin de la guerra civil. Miguel López, que diseñaría varios de estos hitos antes de ser represaliado, tuvo especial cuidado en simplificarlos para su correcta interpretación. El primero fue el Monumento a los Caídos por España y por la Patria (1939), emplazado en uno de los bulevares de la ciudad y para el que optó por una estilizada cruz latina cuyo brazo inferior es arriostrado por un arco; el conjunto, aplacado en piedra, no apela a moldura alguna. Más ambicioso fue el segundo, el ‘Monumento a los Caídos de la Vega Baja’, de 1941-1944, a las afueras de la ciudad, cuyo escenario esculpido, junto al escultor Daniel Banyuls Martínez, consta de cinco prismas verticales en alegoría a las flechas de la enseña de la Falange izadas sobre una plataforma desde la cual arengar a los congregados. Ambos monolitos —ya resignificados—, símbolos de la victoria de la rebelión, se reflejan en la propaganda nazi y en la arquitectura fascista italiana, acusando ecos de Terragni en su abstracción formal, rigor geométrico y voluntad atemporal.

    Croquis del Monumento a los Héroes (falangistas) de la Vega Baja en el paraje de Agua Amarga, Alicante, 1941-1944, junto a Daniel Banyuls Martínez, escultor

    Fuente: Archivo Profesional de M. López González

    Miguel López fue apartado como técnico municipal de 1942 a 1948 sin impedírsele seguir ejerciendo la profesión cuyos encargos privados se fueron plegando a los gustos del primer franquismo: pilastras, cornisas, balaustradas y pináculos colonizaron proyectos y obras. De esta producción, algo anacrónica, procede citar, tanto los edificios del Paseíto Ramiro (1943) y El Águila (1948), como diversos anteproyectos para inmuebles burgueses, entidades bancarias y compañías de seguros en Madrid. Su relación con la capital se produce a raíz de su amistad con Manuel Muñoz Monasterio con quien formó tándem para el concurso nacional de 1944 para la Ordenación y Reforma de la Plaza del Dieciocho de Julio (actual Plaça de l’Ajuntament), certamen en el que sería premiada su propuesta de “plaza mayor española”, de modulación constante y planta rectangular (lejos de la tradición valenciana) bordeada por un uniformado pórtico perimetral bajo los nuevos inmuebles residenciales y para los Juzgados, que crean una plaza pública apta para “concentraciones cívicas”, sin arbolado que “intercepte la visión de su motivo principal”: el histórico Ayuntamiento barroco. Una selección de los dibujos se reprodujo en la Revista Nacional de Arquitectura en 1945, donde destaca la cónica de tres puntos de fuga.

    Perspectiva aérea del proyecto para la Reordenación de la Plaza del Dieciocho de Julio (actual Plaça de l’Ajuntament) en Alicante, 1944, junto a Manuel Muñoz Monasterio (colaborador: Miguel Abad Miró, estudiante de Arquitectura)

    Fuente: Revista Nacional de Arquitectura 43, 1945

    Por otro lado, como hemos anunciado, no toda su producción se adscribe a coordenadas historicistas: resulta elocuente su resistencia intelectual con ciertas obras, como el Instituto Provincial de Higiene (1935-1945) y el Sanatorio Virgen del Socorro (1942-1948), los dos en el Registro. Ambos centros sanitarios se construyen como volúmenes blancos —blanco como alegoría de asepsia y, por tanto, de salud—, solarmente bien orientados como resultado de la organización del programa de necesidades, empleando estructura metálica en el primero para resolver los prismas de la planta en L y muros de carga paralelos en el segundo —que se justifican por su menor coste— para articular los tres prismas con piezas curvas que lo dotan de organicidad y buscan las panorámicas sobre el jardín y el mar al fondo. Precisamente, cuando se publica el Sanatorio, el autor aprovecha para explicar las ideas seguidas en su concepción: “se fijó como criterio […] el marcado por las tendencias europeas, de las que es ejemplo […] el Hospital Beaujon, de París, que […] tiene como característica […] el predominio de la dimensión horizontal sobre la vertical, persistiendo, por tanto, el contacto directo del enfermo con el jardín”. Además, “otra de las condiciones básicas que se han impuesto [es la] planta lineal con muros de carga en su sentido longitudinal, [que lo dota] de la elasticidad suficiente que permita posibles modificaciones y ampliaciones futuras”. De hecho, “la forma de sus plantas ha sido consecuencia directa […] de sus funciones […] estructuradas a lo largo de pasillos que, a su vez, se unen verticalmente por las escaleras”, asunto que detalla con un esquema de circulaciones en axonometría que recuerda el de Gropius para la Bauhaus.

    Perspectiva aérea del Sanatorio y Casa de Reposo Virgen del Socorro en Alicante, 1942-1948 (colaborador: Miguel Abad Miró, estudiante de Arquitectura)

    Fuente: Revista Nacional de Arquitectura 101, 1950

    Para cerrar este decenio deben citarse algunas de las promociones de viviendas subvencionadas por el Estado en las que participó el arquitecto, junto a otros compañeros, como las viviendas pareadas de planta baja para Valenciana de Cementos en San Vicente (1944) y la Colonia Rabasa en Alicante (1945-1955), donde la arquitectura tradicional se depura en tipos y formas, y los grupos de bloques del Pla del Bon Repòs (1950-ss), San Francisco de Asís (1953-ss), Sagrada Familia (1951-ss) y División Azul en Alicante (1952-ss), este último promovido por el INV e incluido en el Registro, de 532 viviendas en prismas de cinco plantas sin patios y resueltos con programas mínimos, avanzada de los barrios periféricos destinados a las familias de emigrantes que abandonaban el campo y se dirigían a las ciudades, y nuevo laboratorio de exploración de los principios del movimiento moderno aplicados al uso residencial colectivo. Estas últimas obras ya anuncian una nueva etapa en la obra del arquitecto.

    El reencuentro internacional, 1952-1976

    La rehabilitación internacional de la dictadura de Franco fue un proceso lento que culminaría en la década de 1950 con la firma con los EE UU de los Pactos de Madrid (1952, año en que barcos de la VI Flota llegaron al puerto de Alicante) y del Concordato con la Santa Sede (1953), así como con la entrada en la ONU (1955) y el FMI (1958). El país, poco a poco, comienza a ser otro, sentando las bases del futuro estado del bienestar: viviendas, escuelas y hospitales estarían entre las prioridades políticas, y Miguel López retoma sus principios modernos con los nuevos tiempos que se abren en 1953, abrazando las corrientes de la arquitectura internacional, ahora ya con mayor calidad técnica, mejores materiales y sistemas porticados, relegando, tanto las referencias historicistas, como el ingenuo universo maquinista. Dos pares de obras, opuestas en representatividad y escala, uno de industrias y otro de piezas urbanas, evidencian tempranamente este giro. El par de fábricas del Aluminio Ibérico (1953-1956), incluida en el Registro, y de Manufacturas Metálicas Madrileñas (1954-ss, demolida), sitas a las afueras una junto a la otra, emerge como paradigma de la gran escala: la primera, que tenía el antecedente del proyecto abandonado de Cano Lasso, resuelve sus 50.000 m2 de naves con pórticos dentados de hormigón con lucernarios y vanos de hasta 25 metros. El otro par, la gasolinera Sandoval (1950-1953, demolida) y el nuevo templete de música, confía su expresividad a la singularidad de la estructura vista de hormigón. De hecho, el templete o ‘Concha’ —así denominado por su forma de bivalvo abierto—, también en el Registro, es una aparente losa en voladizo de grácil perfil orgánico en planta y sección que devendría icónica y sería el punto de arranque de la remodelación del paseo de la Explanada (1957-1959), realizada a su cargo como técnico municipal junto a Alfonso Fajardo Guardiola, símbolo de la imagen de apertura cosmopolita y turística de la ciudad con su sinusoidal pavimento de ondas tricolores crema, rojo y negro: un mosaico romano tomado del histórico paseo de Copacabana en Río de Janeiro y de obras de Niemeyer.

    Rehabilitado en la oficina municipal, y haciendo equipo con Francisco Muñoz Llorens, arquitecto y teniente de alcalde bajo el mandato de Agatángelo Soler (1954-1963), sacaría adelante, además de la Concha y la Explanada, diversos equipamientos (Bomberos, Matadero, etc.) y el plan general de Alicante de 1958, conforme a la Ley del Suelo de 1956, donde se aplicaron los criterios de zonificación, sistemas generales y aprovechamientos que resultarían excesivos por el número de plantas y la densidad edilicia. Ahora comienzan a levantarse los primeros edificios residenciales en altura que retoman los principios modernos anteriores a la guerra (distribución, aireación, vistas y estructuras metálicas o de hormigón), aumentando las superficies dedicadas a terrazas y empleando nuevos materiales: cerámica y gresite, piedra natural y ladrillo visto, techos y paneles de madera. Un par de ejemplos que ilustran este cambio de escala y calidad material serían el inmueble residencial en la calle Duque de Zaragoza esquina a la avenida Constitución (1957-ss) donde introduce el gresite verde y el edificio de viviendas en el ángulo de plaza Calvo Sotelo a Federico Soto (1956-1958), incluido en el Registro, que, con su asimetría, terrazas profundas, pérgola de remate y paños macizos verticales (que remiten a Gutiérrez Soto), apuesta decididamente por los lenguajes abstractos sugeridos por la industria. En la década de 1960, la arquitectura residencial de Miguel López, siempre ordenada y elegante incluso en los barrios sociales, se adscribe al international styling al uso, acomodado y comercial, toda vez que los principios programáticos del periodo de entreguerras se estandarizaron al ser asumidos por la legislación materializándose, en una mayoría de casos, mediante sólidos compuestos por estratos superpuestos que parecen levitar.

    Perspectiva del bloque de Apartamentos Turísticos para Francisco Hellín, en Playa de San Juan, Alicante, 1962-ss

    Fuente: Archivo Profesional de M. López González

    Casi simultáneamente, y con los antecedentes de haber adaptado junto a Muñoz Monasterio en 1953 el plan de Playa de San Juan (casi 10 km2) de Muguruza Otaño de 1933, desarrollaría en 1958 el primer polígono de esta inmensa “ciudad para las vacaciones” (que asumiría Guardiola Gaya un año después), autorizando los bloques de viviendas en edificación abierta en sustitución de los “hotelitos” burgueses: las clases medias iban a poder disfrutar de un apartamento en la playa y la cultura del turismo de masas comenzaba a despegar. Ilustrarían tempranamente esta producción en edificación abierta —higiénica, soleada y ventilada— sobre parcelas equipadas para el ocio estival (con jardines, piscinas, zona de juegos o deportes, y aparcamientos), los conjuntos turísticos en la Playa de San Juan como los cuatro bloques de apartamentos para la Constructora del Sudeste (1958) y el bloque para Francisco Hellín (1962). En estos inmuebles las terrazas —que tienen una eminente vocación horizontal y su peso es leve— se conciben como una nueva estancia donde disfrutar el verano en familia: el hábitat turístico devino un nuevo campo de ensayos para las viviendas mínimas. Los principios del movimiento moderno resultaban más fáciles de alcanzar con el nuevo urbanismo funcionalista de nueva planta que fue receptor de los flujos turístico-residenciales. Con este destino también se proyectarían hoteles por toda la costa y residencias para empleados de grandes empresas. Un sintético inventario incluiría el hotel Playa en Playa de San Juan (1952-1958, demolido), publicado en la Revista Nacional de Arquitectura el hotel Hipocampos (Calpe, 1955-ss), el centro para trabajadores del Banco de Bilbao (Villajoyosa, 1958, demolido), y el alojamiento de lujo Montiboli (Villajoyosa, 1966-1968, demolido), emplazado en un promontorio sobre el mar y adaptado a la orografía con sensualidad, pero cuya imagen remite “al carácter mediterráneo local” mediante reproducción mimética de la arquitectura popular e histórica que, no obstante, le valió el premio nacional del Ministerio de Información y Turismo en 1972.

    Alzado del Hotel Montiboli tras las dos ampliaciones, 1966-1968, Villajoyosa, Fuente: Archivo Profesional de M. López González

    Mucho más innovadora y experimental es su arquitectura dotacional, principalmente la vinculada al ámbito docente y a la promoción de instituciones religiosas: España era confesionalmente católica desde 1953 y desde ese mismo año se acometieron reformas legislativas para las enseñanzas de primaria, secundaria y formación profesional; además, muchos proyectos de colegios públicos de época republicana se finalizaron en estos años. Tres obras nuevas, incluidas en el Registro definen su evolución: el colegio de los Jesuitas (1955-ss), simétrico, resuelto con un vocabulario de huecos verticales pero con salas cubiertas con bóvedas seriadas de hormigón; la Casa Sacerdotal (1958-1963) definida por tres prismas de usos y dimensiones diferentes levantados sobre un solar ajardinado; y el Colegio Sagrada Familia (Elda, 1962-1967) en el que, partiendo del esquema simétrico del Colegio de Huérfanos Ferroviarios (1952-ss, en colaboración con Francisco Alonso Martos) y del Juniorado de Guardamar (1960-1963), adopta una planta en Y articulada mediante una rampa helicoidal a modo de rótula sita donde se intersecan las tres alas que se especializan por usos: docente, de actos y residencia estudiantil. Todas estas arquitecturas tienen en común, como lugar singular, la capilla, que se configura siempre como un nítido contenedor de aristas ortogonales —un pabellón vertical— que, a través de una iconografía religiosa renovada (vidrieras, revestimientos, mobiliario y obras artísticas) genera unos espacios sacros modernos de ascetismo algo industrial donde se precipita la integración de las artes y en los que el arquitecto colaboró con pintores y escultores de relieve nacional o provincial como José Luis Sánchez, José María de Labra, Francisco Farreres, Esteve Edo y Adrián Carrillo entre otros.

    Una de las perspectivas iniciales del rascacielos del Hotel Gran Sol, Alicante, 1962-ss

    Fuente: Archivo Profesional de M. López González

    Para cerrar este último periodo de casi un cuarto de siglo, conviene traer a colación el primer rascacielos erigido en Alicante: el hotel Gran Sol (1962-ss), en una esquina del centro histórico, un hito vertical de planta cuadrada, con una proporción 1:6 entre la base y la altura, con dos esbeltas medianeras de 30 plantas (que pintaría Manuel Baena), que se proyecta con fotomontajes y se construye con perfiles metálicos y muro cortina en sus tres niveles de entresuelo y los tres últimos de remate. Rascacielos de gran polémica mediática: sus detractores denunciaban la falta de respecto al contexto urbano y la abusiva densidad, mientras que sus defensores argüían su modernidad y representación del progreso, cuestiones ya debatidas en el seno de las Sesiones de Crítica de la Revista Nacional de Arquitectura y la revista Arquitectura entre 1955 y 1960. En cierto modo, el diálogo entre el renovado paseo marítimo de la Explanada, de 500 metros de longitud, y el hotel Gran Sol, de 100 metros de altura, reinterpretó en clave moderna la relación histórica entre la torre y la plaza, ahora a escala metropolitana, incorporando el perfil del Gran Sol al skyline de la fachada marítima.

    Perspectiva del recinto ferial de la FICIA (Feria Internacional del Calzado e Industrias Afines), Elda, 1963-1966

    Fuente: Archivo Profesional de M. López González

    Un rascacielos de menor altura (con nueve plantas proyectadas, aunque solo cinco construidas), para oficinas, salas de actos, hotel y cafetería, y el pabellón horizontal (de dos plantas) como contrapeso, para la exposición de productos, son los dos tipos empleados en el recinto de la Feria Internacional del Calzado e Industrias Afines (Elda, 1963-1966): la torre como hito urbano y el pabellón como plaza cubierta, además de un monolito a modo de antena de retransmisión. En ambos volúmenes los planos de ladrillo visto y las envolventes de muro cortina construyen una arquitectura de ascendencias miesianas. Como en toda su trayectoria: simplicidad, austeridad y economía de medios apuestan por una arquitectura ajustada a una modernidad estricta y de gran contundencia.

    Una consideración final: a propósito de la modernidad

    Miguel López fue un arquitecto fiel a sus principios modernos adquiridos durante su formación (y actualizados a través de los libros y las revistas) que puso en práctica a lo largo de toda su trayectoria, doblemente periférica en Alicante por sus condiciones geográfica y cultural. A pesar de esta situación de desconexión respecto de los centros de decisión política, económica y académica, podemos considerar a nuestro protagonista, por su coherencia profesional, como uno de los “padres fundadores” de la nueva tradición de la arquitectura moderna: aquella que atiende a las personas y que responde a los principios de higiene, funcionalidad, técnicas avanzadas y depuración formal, sin descuidar en ningún momento el presupuesto de las propias obras. Arquitecto más de volúmenes que de espacios —cuestión que evidencia el legado de dibujos conservados en el que abundan las perspectivas exteriores— como resultado de la configuración de los volúmenes por usos exclusivos, y escasean las cónicas de los interiores, que devienen recintos inmediatos dentro de los contenedores gracias a la sinceridad de las estructuras porticadas vistas. Miguel López González, además, fue un profesional influido por las proclamas de Le Corbusier desde sus comienzos. He aquí sus palabras de 1935: “Las formas primarias obran sobre nuestros sentidos directamente. Las masas, la luz, el plano, el espacio, son los únicos elementos que entran en juego”. Por último, si el movimiento moderno pretendió desde su origen mejorar, a través de la arquitectura, la vida de las personas, haciéndola más amable y confortable, Miguel López lo asumió como un principio.

    Referencias bibliográficas

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    • MUÑOZ MONASTERIO, Manuel, LÓPEZ GONZÁLEZ, Miguel, “Ordenación y reforma de la Plaza del Dieciocho de Julio”, en Revista Nacional de Arquitectura 43, 1945, págs. 250-253.

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