Fundación DOCOMOMO Ibérico
Redactada Gonçalo Byrne, Felipe Leal y Fernando Ramos, miembros de Comité Científico del VI Congreso DOCOMOMO Ibérico, en el marco del congreso celebrado en Cádiz, en abril del 2007
Se aproxima el centenario de las primeras experiencias de las vanguardias del movimiento moderno.
Muchos de sus primeros artífices son ya historia, pero sus obras, deterioradas por el paso del tiempo y la variación de las funciones a las que iban destinados, se enfrentan al dilema de desaparecer o renovarse.
La desaparición de los edificios del Movimiento Moderno constituye un acto de barbarie y es un testimonio indicador del fracaso cultural y ambiental de las poblaciones y ciudades que lo permiten.
La conservación, necesariamente dinámica por la natural evolución de los usos y normas, exige un profundo conocimiento del edificio y de los antecedentes culturales que lo generaron, así como una exacerbada sensibilidad para evitar deformaciones degradantes, a veces peores que la desaparición.
La renovación, en tanto que reutilización, implica un riesgo específico para la arquitectura del Movimiento Moderno: si la función está en la base genética de la forma arquitectónica, un cambio en el modo de usar el edificio podrá hacer ilegible su arquitectura, reduciéndola a una simple colección de estilemas formales, de indudables aspectos plásticos pero desvinculados de las propuestas arquitectónicas de sus autores.
La reconstrucción virtual de las condiciones de uso y de la correspondiente forma original resulta particularmente exigible en torno a cualquier intervención sobre estos edificios.
Será, pues conveniente recuperar no sólo los edificios, sino también sus usos.
Si esto no es posible, el éxito de la restauración radicará en la atribución de unas nuevas funciones compatibles con el edificio, así como en la habilidad para mantener la memoria de las funciones primigenias.
Particular interés debe ponerse en la conservación de aquellos ambientes urbanos y paisajísticos producidos por el movimiento moderno, cuya preservación debe atender no sólo a criterios de calidad arquitectónica de los edificios, sino al irrepetible valor ambiental de su conjunto. Conviene en estos casos evitar la trampa de la conservación exclusiva de las fachadas, que constituye un robo tridimensional e ideológico de sus principios.
Junto a las obras más conocidas de las grandes figuras del movimiento moderno, que, en general, no corren hoy peligro de desaparición, existe una gran cantidad de edificios que adaptaron su lenguaje a tradiciones locales diversas y son testimonio de su diseminación, de enorme valor para el estudioso y de gran significación cultural para la comunidad en que nacieron. Su menor conocimiento académico y su relativa proliferación las sitúan en mayor riesgo que las grandes obras.
En cada lugar, los investigadores, las escuelas y las personas vinculadas a la cultura deben implicarse en la defensa del patrimonio local.
Las administraciones públicas y los arquitectos deben velar por la catalogación de estos edificios y asumirlos como parte esencial de nuestro patrimonio.
La aparición de las primeras vanguardias es coetánea con algunas técnicas constructivas ligadas a nuevos materiales y energías, como el hormigón armado, el acero soldado, las primeras carpinterías metálicas vidriadas y las entonces nuevas técnicas de iluminación.
Estas técnicas no siempre están ligadas a edificios de extraordinaria calidad arquitectónica, pero la preservación de sus elementos sustanciales contribuirá a mantener la memoria de una determinada cultura constructiva y formal, profundamente enraizada en el nacimiento del movimiento moderno.
Particular atención, en este contexto, merecen, por su fragilidad ante el escaso conocimiento de sus valores culturales, los edificios industriales construidos por arquitectos o técnicos del movimiento moderno.
El respeto por la memoria del mobiliario original y las formas de iluminación del edificio son igualmente esenciales para una adecuada recuperación ambiental.
La actividad artística y arquitectónica del Movimiento Moderno constituye nuestro entorno cultural más inmediato y configura los aspectos sustanciales de nuestro medio ambiente construido. La ciudad, la arquitectura y el arte contemporáneos, a un tiempo antítesis y síntesis del Movimiento Moderno, están genéticamente condicionados por éste, hasta el punto de que no puede explicarse sin su previa existencia.
Las Escuelas de Arquitectura, de Arte y de Historia del Arte son llamadas a transmitir a los futuros arquitectos del conocimiento la comprensión y la percepción sensible de sus valores.
La sostenibilidad cultural de nuestro ecosistema pasa, pues, por la recuperación de las obras del Movimiento Moderno. En paralelo, resulta claro que cualquier renovación pasa por un radical respeto al medio ambiente y debe hacerse desde criterios de sostenibilidad.
Cádiz, 21 de abril de 2007.