Los orígenes del turismo de masas en la costa malagueña
Uno de los focos primigenios de la industrialización en España se produjo en la costa malagueña, centrado en torno a los altos hornos fundados en las ciudades de Marbella y Málaga por la familia Heredia, en la primera mitad del siglo XIX. La posterior decadencia de éstos provocó una seria crisis en la economía local, agravada por la plaga de filoxera que afectó a la hasta entonces boyante producción vinícola y motivó la necesidad de buscar nuevas fuentes de riqueza económica. A tal efecto surgió, en 1897, la Sociedad Propagandista del Clima y Embellecimiento de Málaga, integrada por destacados miembros de la sociedad civil de la época. Su propósito declarado era el fomento del turismo, que, por entonces, constituía una actividad muy minoritaria y cuyo disfrute quedaba reservado a las clases más favorecidas de la sociedad. En aquellos momentos, y de forma curiosa, pretendían explotarse las bondades de la ciudad como estación de invierno y no de verano, debido a sus suaves temperaturas en los meses más fríos del año.
Los primeros establecimientos destinados a albergar la nueva actividad estuvieron vinculados a los núcleos urbanos existentes. Su arquitectura burguesa se insertaba con normalidad en el callejero y no se diferenciaba de la de los hoteles similares de otros lugares, salvo en el carácter subtropical y la flora exótica de sus jardines, además de su ubicación junto a la playa. El ejemplo más significativo a nivel local lo constituye el actual Hotel Miramar, inicialmente denominado Hotel Príncipe de Asturias. Enclavado en la playa de la Malagueta, fue construido en 1926 según diseño del arquitecto Fernando Guerrero Strachan.
Hotel Príncipe de Asturias (actual Hotel Miramar), c. 1928. Fuente: L. Roisin, Archivo Histórico Fotográfico del IEFC (Barcelona)
El origen del turismo de masas en el litoral malagueño puede situarse con precisión en 1953, coincidiendo con la firma del Tratado de Madrid que supuso la apertura al exterior del régimen franquista y abrió la puerta al desarrollo económico de España, en cuyo marco, el fenómeno turístico constituyó una pieza fundamental. En el año 1951, había sido creado el Ministerio de Información y Turismo, siendo, hasta ese momento, la Dirección General de Turismo el organismo que tenía encomendadas sus funciones. En el ámbito malagueño, se constituyó un Patronato como entidad encargada del desarrollo del sector denominado Costa del Sol, cuyos límites superaban en un principio los del litoral provincial y se extendían a los de las provincias limítrofes. La presencia de un aeropuerto internacional en su centro aportó el impulso necesario para ello. De forma novedosa, los crecimientos urbanísticos previstos se desvincularon de los núcleos existentes y el ámbito en su conjunto pasó a ser el objeto de las directrices de los planes.
Camping Marbella, km. 191 de la carretera N-340. Fuente: Archivo del diario La Opinión de Málaga
La N-340 como eje vertebrador
La configuración orográfica de la costa de Málaga está marcada por las montañas, situadas muy cerca del mar, que dejan una exigua franja litoral en la mayor parte de su línea costera, con muy pocas y difíciles penetraciones hacia el interior. La vertebración del espacio se realiza de manera lineal a lo largo de la antigua Carretera Nacional N-340, que va enhebrando las diferentes localidades situadas junto a la orilla. Así, en la costa situada a occidente de la ciudad de Málaga, se van sucediendo los pueblos costeros de Torremolinos, Benalmádena, Fuengirola, Marbella y Estepona. En un principio, y hasta que no fueron trazadas las respectivas circunvalaciones, la nacional constituyó una especie de “calle mayor” que atravesaba los cascos antiguos y concentraba la actividad urbana. Los nuevos desarrollos urbanísticos asociados al turismo van a continuar de forma inevitable ese modo de ocupación, disponiéndose en los márgenes de la carretera que, de esta manera, se erige en frontera virtual entre la playa y la montaña, además de ser la única vía de comunicación posible. La N-340 comienza, a partir de entonces, a jalonarse de conjuntos salpicados en sus bordes, sentándose las bases de lo que a veces se ha descrito como una ciudad lineal, resultando finalmente un continuo urbanizado de unos 80 km de longitud.
Hasta finales de la década de 1960, las primeras promociones turísticas seguían el patrón de ciudad jardín y su tipología predominante era la de vivienda unifamiliar. En cuanto a lo estilístico se refiere, la arquitectura asumía los rasgos típicos de lo vernáculo andaluz; se trata en su mayoría de proyectos realizados por arquitectos locales. Sin embargo, pronto se produjo un importante salto de escala, protagonizado por la importante llegada de capital extranjero ―producto de la apertura del régimen y del despegue de la economía― y que se materializa en numerosos proyectos redactados por arquitectos señeros, muchos de ellos venidos de fuera de Málaga y de primera línea del panorama nacional, imbuidos de los postulados del movimiento moderno.
Se puede establecer la construcción del Hotel Pez Espada de Torremolinos, proyectado por los arquitectos Juan Jáuregui Briales y Manuel Muñoz Monasterio en 1959, como el momento preciso del cambio de paradigma. Sin los condicionantes impuestos por un trazado urbano previo, y un programa lúdico destinado a aquellos que venían a disfrutar de un ocio de carácter marcadamente estacional, comenzará a desarrollarse una arquitectura cuyas únicas referencias serán la orientación, el clima y unos escenarios naturales intactos y de gran valor paisajístico y ambiental en aquel momento.
Hotel Costa del Sol, Torremolinos, 1959. Fuente: Estudio Fotográfico Arenas, Archivo Histórico de la Universidad de Málaga
El dogma del sol y el mar
La tipología predominante va a ser, a partir de ese instante, por contraste, la del hotel y, posteriormente, el bloque de apartamentos. Su materialización adopta la forma de una edificación exenta que crece en altura, con el propósito de liberar superficie destinada a jardines y piscina, y su implantación se realiza en suelo virgen. El único contacto de estos edificios-torre con los núcleos urbanizados será la N-340.
Hotel Carihuela Palace en construcción, Torremolinos, 1959. Al fondo destaca la silueta del Hotel Pez Espada alzándose sobre el barrio vacacional de Montemar, cuya tipología es de ciudad jardín. Fuente: Estudio Fotográfico Arenas, Archivo Histórico de la Universidad de Málaga
La novela Torremolinos Gran Hotel ―publicada en 1971― atribuye un “porte de trasatlántico gigantesco con la proa avanzada en la playa” al Hotel Pez Espada, que resulta perfectamente reconocible en sus textos. Esta descripción define con precisión un tipo de implantación que sentará las bases de un modelo que proliferará durante muchos años. En efecto, con el bienintencionado criterio de evitar pantallas visuales que obstruyesen la vista hacia el Mediterráneo de las edificaciones situadas en segunda línea de playa, la ordenanza dicta, en un principio, la obligatoria disposición de los volúmenes en sentido perpendicular a la costa. Las habitaciones se distribuyen en numerosas plantas de forma rectangular y se repiten en altura, organizadas a lo largo de un pasillo a modo de espina dorsal, volcadas al exterior en busca de las vistas al mar o la orientación óptima. En ocasiones, se gira el ángulo de los balcones con respecto al eje mayor de la planta y se adopta un perfil en diente de sierra, de manera a sacar el mejor partido tanto de la orientación como de las vitas. Es el caso del Pez Espada, donde el núcleo de comunicaciones vertical principal, así como el acceso y la recepción, se colocan en la fachada más desfavorable ―el testero norte―, mirando a la N-340.
Hotel Pez Espada, Torremolinos, 1963. En segundo plano se aprecian varios bloques del conjunto Eurosol en diversas fases de construcción. Fuente: Estudio Fotográfico Arenas, Archivo Histórico de la Universidad de Málaga
Con posterioridad, se ensayaron otros tipos de planta de mayor complejidad, tras desaparecer la obligatoriedad de esa disposición estrictamente perpendicular al mar. Consecuencia de ello será el apantallado de la primera línea litoral, pero también la aparición de tipologías con plantas en forma de Y o de búmeran, como es el caso del Hotel Don Pepe de Marbella, obra de Eleuterio Población Knappe del año 1961. De particular interés es el caso del Hotel Tres Carabelas, diseñado por el arquitecto Antonio Lamela en ese mismo año ―ampliado en 1975―, en el que se concilia la orientación óptima y la geometría desfavorable del solar.
Por otro lado, la propia naturaleza del ocio veraniego en climas meridionales propicia la actividad al aire libre, no sólo en playa y jardines sino también en la habitación misma, donde la terraza se plantea como prolongación natural del interior, resultando de ello una proporción inusualmente grande entre exterior e interior de cada célula. La exposición sur y oeste requieren protección frente a la radiación solar, por lo que voladizos y celosías son elementos recurrentes. Cuando la intensa luz estival incide sobre estos volúmenes, que se repiten de modo constante a lo largo toda la envolvente del edificio, las violentas sombras que éstos proyectan sobre la fachada provocan un resultado de gran plasticidad, resultado que es particularmente efectista en las plantas de perfil serrado.
Hotel Tres Carabelas, Torremolinos, 1961. El conjunto fue demolido en enero de 2007, cuando recibía el nombre de Hotel Meliá Torremolinos. Fuente: Estudio Lamela
Las plantas interiores se reservan para los servicios de unos complejos que se conciben como autosuficientes, evitando así a los huéspedes la necesidad de salir de ellos durante toda su estancia. Con una altura limitada por la mencionada servidumbre de vistas, los volúmenes de servicios se desarrollan en horizontal, al pie de las torres, en módulos adyacentes de cierta extensión. Actúan como basamento y albergan vestíbulos, salones, zonas comerciales, entre otros usos. De esto resultan espacios diáfanos, en los que la estructura de la torre adquiere una imponente presencia, que se aprovecha en ocasiones ―como ocurre en el Hotel Don Carlos de Marbella, obra de los arquitectos José María Santos Rein y Alberto López Palanco― para adoptar soluciones llamativas en el diseño de los soportes, con formas esculturales de gran vigor. En otros casos, se recurre a tratamientos epidérmicos sugerentes, como los de los pilares de planta ameboide del vestíbulo de entrada del Hotel pez Espada. Cuando la topografía lo permite, se aprovecha la cota bajo rasante para reducir el impacto visual de los edificios, una solución que facilita la posición relativa de la N-340 respecto al nivel del mar, como sucede en el Hotel Alay de Benalmádena, proyectado por el arquitecto Manuel Jaén Albaitero en 1962.
Destacan también numerosas innovaciones tecnológicas, inéditas hasta entonces en España, que se plantean en algunos de los hoteles de la Costa del Sol, como son la introducción de una planta técnica o la centralización de los servicios en plantas tipo. El Hotel Tres Carabelas de Torremolinos fue pionero en esos aspectos.
Portal del edificio El Remo, Torremolinos. Fuente: Foto del autor
El «estilo del relax»
Más allá de la configuración volumétrica que se ha descrito, la arquitectura del ocio de la Costa del Sol se distingue por una utilización particularmente desprejuiciada de elementos funcionales y decorativos. Numerosos elementos, integrados por revestimientos cerámicos, murales, rótulos, mobiliario y elementos de forja se integran como partes de un todo. Esta particularidad obedece, en primer lugar, a la carencia de una tecnificación en los procesos constructivos, que debía ser suplida mediante procesos artesanales y la propia creatividad del arquitecto, con resultados notables en muchos casos. Se trata de un fenómeno para el que se ha acuñado el término “estilo del relax”, apelativo afortunado que fue acuñado por primera vez en el libro del mismo nombre publicado por el Colegio Oficial de Arquitectos de Málaga en 1987. Para entonces, los excesos del desarrollismo habían ya provocado un deterioro considerable del patrimonio paisajístico de la zona y, en este libro se plantea la conveniencia de documentar en un catálogo-álbum la “arqueología del ocio”, un patrimonio ya entonces amenazado y para el que no existía ningún instrumento legal que amparase su protección.
Es relevante también el fenómeno cultural surgido entorno a estas arquitecturas, que tendrá su repercusión en las artes plásticas, en particular en la nueva pintura figurativa malagueña de la década de 1980. Entre otros autores puede citarse a Guillermo Pérez Villalta, que dedicó varios cuadros a la arquitectura hotelera de la costa. Un ejemplo es Personaje indeterminado frente al Pez Espada, de1975, o las diversas versiones dedicadas al hotel Carihuela Palace.
Vistas de la playa del Bajondillo. Torres de Playamar. Torremolinos, 1973. Fuente: Estudio Fotográfico Arenas, Archivo Municipal de Málaga
La difícil conservación de un valioso legado
La progresión del proceso de urbanización de la Costa del Sol acabó por colmatar los intersticios vírgenes que, cada vez más exiguos, quedaban entre unos complejos que en su día nacieron como islotes independientes entre sí. El resultado es un puzle poco armonioso y de encaje imposible entre las distintas piezas. Sin embargo, la crisis del petróleo de 1973 puso fin al proceso que se ha descrito, en lo que Joaquín Aramburu denominó “La primera invasión de grandes torres paralelepipédicas [que] avanzó hasta la misma orilla”. Esta crisis mundial encareció los viajes internacionales y desencadenó un brusco descenso de la demanda turística. Con el paso del tiempo, se superó la crisis y surgió una nueva sensibilidad que demandaba otros modos de ocupación del territorio, de carácter más extensivo, juzgados en principio como menos lesivos en su implantación paisajística y territorial, pero que, en definitiva, consumían más superficie. La arquitectura con que se formalizaron muestra una apariencia de inspiración neo-vernácula que adolece de un carácter más cosmético que real, y marca un acusado contraste con el lenguaje heredado del movimiento moderno, característico de las realizaciones del periodo inmediatamente anterior.
De la misma forma, y coincidiendo con este cambio de sensibilidad, comienza a tomarse conciencia del problema que supone la ausencia de una protección efectiva de este valioso legado. La amenaza que ya intuían los autores del Estilo del relax acaba por materializarse en la forma de graves pérdidas patrimoniales, cuyo punto álgido fue la demolición del antiguo Hotel Tres Carabelas, en el año 2008. Iba a ser sustituido por un hotel de volumen muy superior, que nunca llegó a construirse. De forma más silenciosa pero igualmente dañina, un mal entendido deseo de renovación viene socavando la realidad material de los hoteles, haciendo desaparecer los elementos originales de sus espacios, así como sus acabados y elementos decorativos. El intento de destrucción del portal del edificio de apartamentos paseo Marítimo 31 de Málaga es buena muestra de ello, y el movimiento surgido como reacción, una noticia esperanzadora en este sentido.
El inmueble, obra del arquitecto Antonio Lamela de 1971, conservaba intacta la decoración original de sus espacios comunes, que la Comunidad de Propietarios pretendía reformar sin consideración alguna hacia el diseño primigenio. La movilización que surgió para oponerse al atropello, que contó con el apoyo del Colegio de Arquitectos, consiguió en última instancia detener la actuación prevista. El suceso contó con una importante repercusión mediática y motivó la declaración del edificio como Bien de Interés Cultural por parte de la Administración Autonómica, lo que ha repercutido en una mayor sensibilización de la población en general hacia el patrimonio del movimiento moderno.
Bibliografía
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