La obra de Fisac está transitada por distintos periodos, que parecen no tener correspondencia entre sí. Más allá de su apuesta por una arquitectura vernácula manchega, Fisac patenta unas estructuras, denominadas por él mismo vigas-hueso, que se convertirán, durante años, en la seña de identidad de sus proyectos: los huesos como sostén de su arquitectura.
Sin embargo, llega un momento en que el propio Fisac rompe con las vigas-hueso y comienza a indagar en las posibilidades plásticas del hormigón, a través de su patente para encofrados flexibles. Podría decirse que Fisac pasa de la ética a la estética del hormigón; así, manifestaba que “a este factor plástico le he dado mucha importancia (…). Pues hubo un período en que, obsesionado por los espacios, descuidé el exterior.” Fisac llega, de este modo, a preocuparse por la piel de sus edificios; es la epidermis lo que relaciona su obra con el entorno.
Este periodo plasticista se inicia con el proyecto para MUPAG, pero donde culmina es en el proyecto para viviendas en el Parterre (1977), en su Daimiel natal; y ello, no sólo por la entidad del proyecto, sino porque su ubicación -junto a la iglesia de Santa María-, obliga a su autor a decidir entre una arquitectura continuista o una arquitectura propositiva y, por tanto, necesariamente rompedora. Ese debate entre considerar o no las preexistencias, Fisac lo zanja en otros proyectos decantándose por respetar esa arquitectura previa del lugar. Sin embargo, en esta ocasión no es así, y no es superfluo entender que la decepción con la acogida de su obra en su pueblo natal, influyera en la decisión de Fisac de dotar al edificio del Parterre de una piel pétrea y dura.
El resultado es un corpus arquitectónico que es muestra de las tensiones entre Fisac y su pueblo natal.