Abstract
Todo tema que se trate con profundidad es intrínsecamente complejo y a la vez apasionante, pues a medida que uno es capaz de entender las claves y establecer el sistema de relaciones que entretejen la urdimbre del problema, puede incluso trascender a la cuestión específica para convertirla en una fractal, capaz de sintetizar una forma de explicar, si ello es posible, nuestro mundo o, al menos una parte de lo ocurrido en unas décadas del siglo XX. Si el tema en cuestión es además ajeno al lugar y al momento histórico en el que uno desarrolla su actividad/vida se vuelve más difícil llegar a entenderlo. Y si a todo ello se añade el hecho de que buena parte de las miradas que se han proyectado sobre él lo han sido de una manera sesgada, anteponiendo juicios políticos a lecturas más desprejuiciadas con las que tratar de entender las claves disciplinares en su contexto cultural, sociopolítico, económico y filosófico, se acaba convirtiendo en un reto. Abordar así lo ocurrido en la ciudad de La Habana a lo largo de más de tres décadas del siglo XX, se encuentra con estos hándicaps de partida, de los cuales es especialmente significativo el hecho de que buena parte de la historia y la crítica vertidas en torno a este periodo, calificado como república mediatizada, lo han sido atendiendo sola y exclusivamente a una visión descalificadora desde el punto de vista político, basada en una creciente dependencia respecto de Estados Unidos y en un modelo económico capitalista de economía de mercado, diametralmente opuesto al modelo imperante tras el triunfo de la Revolución cubana en 1959. Este hecho, unido a otro igualmente importante como es el del exilio decidido por un buen número de los profesionales que habían desarrollado su actividad en Cuba hasta ese momento, hacen que La Habana, tanto desde el punto de vista de los modelos urbanos desarrollados durante la primera mitad del siglo XX, como desde el de las arquitecturas que los implementaron, no se haya difundido y valorado convenientemente. Y esto por no hablar de la escisión vital y profesional que este exilio conllevó, hecho clave para entender que no se hayan editado monografías sobre los principales arquitectos cubanos de esas décadas, ya que la información sobre su obra ha sido parcial, sin una mirada integradora que entiendo necesaria para valorar la producción de un conjunto de profesionales que se formaron y realizaron una buena parte de su labor profesional en Cuba, base ineludible sobre la que trabajarían después en otros países como Estados Unidos, Puerto Rico, Venezuela o Francia. Este es otro de los motivos fundamentales que me llevó a plantear este tema como línea de investigación y, cristalización ineludible, como Tesis Doctoral, convencido del alto nivel de calidad en la producción de una vanguardia que supo entretejer las influencias diversas –primero europeas, luego norteamericanas, a la parque latinoamericanas- portadoras de los códigos de la modernidad evolutiva, con una seria de componentes vernáculos que tenían que ver con la tradición –estructura, implantación, atmósfera-, con el clima tropical –sol y luz cegadoras, bonanza y estabilidad térmica-, con la fluidez de los espacios interiores y exteriores, y con lenguajes contemporáneos adaptados al lugar, avanzando en líneas de trabajo recogidas en los postulados del Team X, todo ello para construir una ciudad que se configuraba como la metrópolis antillana por excelencia. Toda vez que buena parte de la historia y la crítica vertidas sobre este período carecían de la necesaria distancia política como para valorarlo de una manera objetiva, la única forma de obtener información veraz era recurrir a las fuentes documentales directas, bien en las fuentes primarias, orales o documentales, bien revistas especializadas, o bien en publicaciones que, de una manera periódica y a veces temática, recogían las transformaciones urbanas y los mejores ejemplos de la producción arquitectónica del momento. Esto ha supuesto un problema significativo, que me ha llevado a la adquisición progresía de fondos bibliográficos y hemerográficos –casi todos en mercados de segunda mano-, con los que construir una historiografía urbana –unida a los procesos sociopolíticos y culturales- como base para un entendimiento de la realidad cubana, de manera que una relectura del material bibliográfico posterior se hacía con el filtro necesario para una aproximación progresiva e, ineludiblemente, propia al problema. Las bibliotecas y archivos cubanos me han facilitado, hasta donde ha sido posible, documentos de una gran trascendencia, por tratarse en algunos casos de planos inéditos, no publicados hasta ahora. Otro vector importante en este proceso de recopilación bibliográfica han sido los préstamos interuniversitarios, pues me han permitido acceder a documentos originales o ediciones descatalogadas que, en algunos casos, han venido desde países americanos, fuentes de primera mano que contenían información de una trascendencia notable en esta línea de investigación. Pero igualmente importante han sido las fuentes primarias, cuyo carácter oral no merma un ápice la importancia de la información transmitida en muchos casos. Bien es verdad que los archivos personales han desaparecido en su mayor parte producto del exilio, pero Martín Domínguez Ruz y María C. Romañach Odoardo, hijos ambos de dos de los principales arquitectos de estas décadas en La Habana, me han aportado documentos gráficos, fotográficos y escritos de una valía incuestionable. De igual manera, las conversaciones mantenidas con algunos profesionales cubanos, partícipes en su juventud del laboratorio que supuso La Habana de los 50, ha sido crucial. Así, Rodolfo Fernández “Fofi”, colaborador de Antonio Quintana y habitante de una de las viviendas de Romañach en el edificio de Bienes y Bonos, lamentablemente fallecido, o Thelma Ascanio, viuda de Quintana y colaboradora con él en el Parque Lenin donde desarrolló el Acuario, y Juan de las Cuevas, recopilador incansable y amigo especialmente querido. De igual manera, Mario González, que conserva una memoria prodigiosa, como Raúl González Romero. Y también Mario Coyula y José E. Fornés, con quienes he compartido largas veladas, exprimiéndoles cuanta información pudieran facilitarme, lo mismo que hice con una larga lista de profesores de la Facultad de Arquitectura con quienes he compartido paseos, comidas, jornadas, seminarios, intercambios y hasta algunas publicaciones. Y allí donde las fuentes no llegaban, estaban las obras. Supera la treintena el número de viajes que he realizado a La Habana en estos años, pateando literalmente la ciudad, visitando su arquitectura, buscando los mecanismos para acceder a aquellas obras que me interesaban, cosa que no siempre ha sido posible. Y donde lo conseguí, disfrutar con las visitas distendías, sin tiempo, suficientes para ir dibujando los planos, en colaboración la mayor parte de los casos con Ernesto García, fotografiándolas, conversando con sus usuarios, y sintiendo todos los componentes sensoriales que una obra, aunque esté bien publicada, no es fácil que pueda transmitir. De esta forma, buena parte de los planos publicados son igualmente inéditos, fiel reflejo del interés que como arquitectos tenemos en nuestra capacidad de hacer nuestras las obras ajenas al dibujarlas. Todo ello me ha permitido ir configurando una idea propia de los procesos que dieron lugar a que La Habana se convirtiera en un campo de experimentación urbano capaz de trascender sus fronteras –modulando algunas ideas apriorísticas-, en lo que podía entenderse como un viaje de ida y vuelta, donde lo que vuelve ya no es lo que ni lo volverá a ser, contaminado por una realidad geográfica y cultural que supone un valor añadido, a la vez que un hecho diferencial mal valorado y peor difundido. Pedro Martínez Inclán, un referente no sólo en el mundo arquitectónico cubano de las primeras décadas del siglo XX, sino también en el intelectual lo expresaba con absoluta claridad al mostrarse partidario “de la adaptación, entiéndase bien, adaptación y no adopción”. Por último, a lo largo de estos casi diez años de investigación, he ido avanzando en algunas publicaciones el universo que se había ido perfilando en mi cabeza. Así, al libro Aprendiendo de La Habana –una guía visual, estructurada en itinerarios para mostrar el patrimonio edilicio de casi siglos-, siguieron dos artículos, “Todo era posible en La Habana. El Plan de Sert y TPA para la Habana de 3.000.000 habitantes”, y “Los primeros planes para LA Habana: Martínez Inclán, Montoulieu y Forestier”, para la Revista de Historia y Teoría de la Arquitectura. En ellos aborde dos de los temas claves, principio y final, de una trayectoria urbana que cambió radicalmente la forma de entender la ciudad.
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